Auge y caída del Estado Oligárquico Terrateniente (1875-1895)
Desde los años setenta, y especialmente desde el inicio de los ochenta, el Ecuador experimentó un acelerado crecimiento económico, debido fundamentalmente al gran incremento de la producción y exportación del cacao. La fruta se había venido produciendo tradicionalmente en plantaciones de la Costa, sobre todo del Guayas y Los Ríos. Las plantaciones funcionaban a base del trabajo asalariado de grupos de jornaleros, y de redentores, jefes de familia que cultivaban la fruta en tierras del latifundista y le entregaban sus cosechas de cacao en pago de una deuda. Esta relación de corte precapitalista no solo permitía una producción cacaotera abundante y barata, sino que ampliaba constantemente la extensión de las plantaciones. El cultivo y la comercialización del cacao incrementó el poder económico de los terratenientes y de manera especial de los comerciantes y banqueros de Guayaquil. Se establecieron varios bancos y casas de comercio. La ciudad creció rápidamente. También se profundizó la inserción de la economía del país en el sistema económico mundial. Los representantes del intercambio y el capital internacional empezaron a interesarse en el Ecuador.
La etapa comprendida entre 1875 y 1895 se desenvolvió en medio de repetidos intentos de superar la contradicción entre poder político y poder económico, heredada del régimen garciano. La oligarquía latifundista y su aliada la Iglesia, lucharon por conservar el poder. Las élites guayaquileñas, en cambio, en la medida en que consolidaban el control de la economía nacional, reclamaban mayor injerencia en la dirección del país. Intentos por superar, o al menos equilibrar, este conflicto se sucedieron en esos años. Primero un gobierno aperturista, luego la dictadura, y por fin una suerte de camino medio, que terminó por fracasar.
En 1875 fue electo presidente Antonio Borrero, candidato de moderados y radicales frente al garcianismo sucesorio. Borrero fracasó en la búsqueda de una salida para sustituir la Carta Negra. Ante esto, la oposición encabezada por la oligarquía costeña promovió la dictadura del general Ignacio de Veintemilla. Instalado en el poder, luego de vencer militarmente la resistencia serrana, Veintemilla inició su gobierno con medidas liberales que enfrentaron a la Iglesia. Tiempo después, ya elegido presidente constitucional, cambió su actitud y realizó un gobierno oportunista y estéril, que desperdició una coyuntura de particular auge económico.
Cuando Veintemilla concluyó su período y se lanzó a una nueva dictadura, una especie de cruzada nacional –la Restauración– lo echó del poder. En el conflicto se destacó su sobrina Marietta de Veintemilla, una notable mujer. Entoces se definieron las fuerzas políticas. El garcianismo se reorganizó como amplia coalición cuando en 1883 se fundó la Unión Republicana. Empero, desde el inicio se dio en ella una división
entre los ultramontanos, que luego adoptaron el nombre de Partido Católico Republicano, y los progresistas, de orientación liberal católica. Las fuerzas liberales se bifurcaron también. De un lado emergió la figura de Eloy Alfaro con su opción radical montonera; de otro se estructuró una corriente moderada que en 1890 constituyó el Partido Liberal Nacional. Así comenzaron las incipientes instituciones políticas en el país, aunque la definición de los modernos partidos tomaría varias décadas. Al mismo tiempo, a finales del siglo XIX, la penetración de bienes importados afectó al artesanado, que reactivó su presencia pública y constituyó organizaciones que cumplirían un importante papel en la movilización popular.
Con el triunfo de José María Plácido Caamaño en la Constituyente de 1884, tomó fuerza una alternativa tercerista, el progresismo, que favorecía la rápida adaptación del país a las nuevas condiciones del sistema internacional, evitando al mismo tiempo la separación de la Iglesia y el Estado. El gobierno de Caamaño enfrentó la insurrección de las montoneras, realizó varias obras públicas e impulsó la represión. En el de su sucesor Antonio Flores (1888-1892) se aceleraron los cambios modernizadores y también los conflictos que definieron la etapa: reforma del régimen bancario, sustitución del diezmo, renegociación de la deuda externa, contratos ferrocarrileros. En esos años se inauguró el servicio de telégrafo.
En el gobierno del último progresista, Luis Cordero (1892-1895), la fórmula liberal-católica llegó a su límite. La presión de conservadores y liberales quitó espacio a una alternativa que no pudo afrontar las definiciones radicales. Cuando por un negociado de Caamaño, entonces gobernador del Guayas y hombre fuerte del régimen, la oposición acusó al gobierno de haber “vendido la bandera”, Cordero cayó. Semanas después, el 5 de junio de 1895, se proclamó en Guayaquil la Jefatura Suprema de Eloy Alfaro. Con ello se inició la Revolución Liberal.